SAN JUAN.

Arden las hogueras, vivas, rojas, solemnes, dibujando su silueta en la noche oscura.

Dicen que es una noche mágica porque se celebra la llegada del solsticio de verano, así que se encienden hogueras para poder dar más fuerza al sol. A partir de ahí un montón de creencias esotéricas rodean la tradición de reunirse junto al fuego en una noche como esta, porque éste purifica a quien se encuentra en su presencia.

Recuerdo que fue en el año 97, ya ha llovido lo suyo, cuando fui por última vez a la playa la noche de San Juan. Después regresé muchas otras veces pero no precisamente a participar de la fiesta. En la actualidad, huyo despavorida de este evento que reúne a miles de personas en el mismo lugar. Semejante bullicio me altera más que me relaja, sobre todo porque se forma un pitote de mucho cuidado con tanto coche. Es una pena que la gente no recuerde que existen otros medios de transporte menos "agresivos" con el medio ambiente, sobre todo en una ciudad pequeña como la mía, no me meto con otros lugares donde se convierte en algo imprescindible por las enormes distancias o por la falta de otros medios, que no es el caso de aquí.

A lo que voy...

Mi último San Juan junto a la playa. Agotador. A las doce en punto de la noche salté las nueve olas que manda la tradición. Algunos dicen que son siete pero yo por si acaso añadí un par más, que no sea por quedarse corta. Por cada ola saltada pedía un deseo, eso no sé si es cosa de la tradición o me lo inventé yo que para pedir deseos no me lo pienso dos veces...

Tras el remojón en las aguas oscuras del mar, las hogueras esperaban encendidas con toda su fuerza y otra vez a saltar, tres veces, y por supuesto más deseos. Por cada salto sobre el fuego, uno, y esto lo mismo es invención mía también. Se canta, se baila, se rodean las llamas con las manos unidas, los más osados pisan las brasas, hay que tener fe...y una regresa a casa con su dosis de ejercicio diario cubierta, con la mente optimista creyendo firmemente que se cumplirán sus tropecientos deseos.

En casa, agua en la ventana. Agua que purifica tras recibir el rocío de la mañana. Dicen que ese agua está bendecida por San Juan y espanta a las brujas malas. De pequeña, mi madre me lavaba la cara con ese agua y después me hacía una cruz en la frente. Sigo la tradición. Hoy he lavado mi cara con el agua que anoche dejé a la intemperie en la terraza y de nuevo he pedido un deseo, que no sea por pedir, claro, de tanto pedir deseos alguno se me tiene que cumplir.

Junto al agua descansa un papel doblado en cuatro partes que esconde tres deseos más escondidos entre hojas de laurel cuyo significado desconozco. Lo del laurel no sé de donde lo he sacado pero seguro que no es nada malo. Y ahora toca esperar, con ese listado de deseos a la espalda alguno llegará hecho realidad, y seguro, seguro, seguro que eso será cosa de San Juan que me ha escuchado y me lo ha otorgado, ¿quién si no?.